jueves, junio 16, 2005

Tus labios negros

Esta noche es el movimiento de tus labios negros. Me llamas en la oscuridad, aprovechando que las paredes de mi prisión se difuminan.

Las criaturas de bata blanca permanecen inmóviles, incapaces de detener tu avance; incapaces de decidir si deberían detener tu avance. O intentarlo al menos. Saben que siempre has estado aquí. Es solo que esta noche eres un poco más real, un poco más cercana. Y mucho más poderosa.

Me haces temblar. Las criaturas de bata blanca no creen que seas peligrosa. Más bien, no creen que yo sea ya peligroso. Son años los que llevo aquí encerrado. Son años el tiempo que ellos llevan cuidando de mi tierra, mostrándome sus logros, sacándome a pasear de vez en cuando, siempre de su mano, dócil, amansado.

Han hecho un buen trabajo. Cuando abandoné mi trono, cuando por fin sus voces racionales se alzaron por encima de mi locura fatalista, mi reino era un campo muerto. Peor. No había un solo trecho que pudiera caminarse sin que se te clavaran los pedazos de los sueños rotos, esparcidos allá donde se estrellaron. Las lágrimas que moldeé con tanta profundidad estaban enfangadas y pegajosas. Todos los palacios estaban en ruinas; todos sus salones cerrados e inaccesibles para siempre. Los árboles de los bosques estaban retorcidos hasta hacer chillar al viento entre sus desgarrones. La luz de la luna era sofocante y no permitía levantar la mirada. Por todas partes había rubricado mi fracaso.

Por eso me exilié. Aquí, a mi torre, donde quizá quedaba un vestigio de mi vieja gloria. Traje conmigo los cadáveres de mis últimos sacrificios y los he contemplado hasta entender por qué tenía que pedirles perdón. Mientras, dejé que las criaturas de bata blanca cuidaran de mi tierra; ahora su reino.

Tus manos de mármol blando abren fácilmente las puertas que llevan tanto tiempo cerradas. Hay edificios nuevos y limpios, parques cuidadosamente atendidos, fuentes que encauzan al agua en minuciosos patrones. Las criaturas de bata blanca sonríen satisfechas y todo irradia paz y tranquilidad.

Me miras y tu imagen me llama a desordenar las avenidas, a llenarlas de callejones y recovecos oscuros donde puedas nacer. Quieres que derrame una niebla de todo es posible si das un paso más, si tomas mi mano. Quieres que retumben mis latidos, que el aire esterilizado se impregne de veranos de fuego, de primaveras fugaces, de otoños inevitables y de desolados inviernos que duran para siempre.

Y yo quiero dártelo. Quiero alcanzarte y sentir el beso de tus labios negros.

Pero no así. Las criaturas de bata blanca y yo tenemos un acuerdo. El pasado no va a volver. Ya te dije que he entendido por qué tenía que pedir perdón a mis últimos sacrificios. En noches como esta salgo a pasear porque si no, la tierra se nos muere. Y yo también. En noches como esta fabrico sueños como estonces, tan frágiles como entonces, tan incapaces de encajarse en la realidad como entonces. Por eso ya no lo intento. Son sueños donde no voy a obligar a entrar a nadie. Ya sé que eso no funciona.

Pero tienen su mérito; tienen detalles que no se encuentran fácilmente en otros sitios. Así que hoy, por primera vez, voy a dejar una puerta abierta por si alguien estaba escuchando, merodeando, y quiere entrar a coger o a dejar algo.